Era un clon de la bella durmiente. Velé su letargo noche y día rogando que despertara, que volvieran a la vida los ojos de saltimbanqui y la piel de maniquí. Era demasiado joven para morir. Hasta que una madrugada, impulsó una mano para aferrarse a la mía. No hubo nada más que hacer. La abracé, y partimos hacia la luz.
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