
Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando la encontré. La muy atrevida me miró directo a los ojos, y a mí, se me infló la vena del cuello, hasta alcanzar el grosor de una soga marinera, con la que me apetecía estrangularla. Me acerqué más… -face to face-. Un párpado latía de manera involuntaria y fue entonces que, a pesar de las circunstancias y ante la extraordinaria réplica de mi obra, no pude menos que caer en la fascinación. Pintaba con trazo fuerte de color rojo, con el clásico de Helena Rubistein, el preferido de mamá.
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