La de los días de lluvia. La que trae ese olor a tierra mojada, a tronco de eucalipto y a grasa derritiéndose, en la sartén de la abuela… La que se cuela de inmediato, cómo un hilo, por la ventana del vecino. Éste, a su vez se asoma y avisa: — ¡Pongo a calentar agua para el mate!— Vos salís corriendo con las botas Pampero amarillas… Atravesás el patio. —Te ganaste la primera ¡y con azúcar! — exclama sonriente la abuela.
Pasás la mano por el vidrio empañado, detrás de la carretera empieza la montaña, huele a carbón, y a anís -las paisanas, acá, fritan casadielles-. Tu marido llega empapado. Entonces te das cuenta...
Estabas oliendo a nostalgia.
Pasás la mano por el vidrio empañado, detrás de la carretera empieza la montaña, huele a carbón, y a anís -las paisanas, acá, fritan casadielles-. Tu marido llega empapado. Entonces te das cuenta...
Estabas oliendo a nostalgia.
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